‘The time machine’ abandona los sueños de H.G. Wells y se pierde en un futuro ecosostenible

‘The time machine’ abandona los sueños de H.G. Wells y se pierde en un futuro ecosostenible

Guy Pearce es un excelente actor que en The time machine parece que va al revés. Empieza interpretando a un científico loco despistado y antipático de forma excesiva y termina interpretando con soltura a un aventurero, guerrero, soñador y amante fiel que decide vivir en el futuro con los Elois.

Por Rod Taylor ya conocíamos a los Elois y a los Morlocks aunque en esta versión Jeremy Irons consigue que los Morlocks tengan un poder mental increíble y que dominen a los Elois sin necesidad de artificios adicionales. La forma en la que desaparecen los Morlocks, enterrándose en la arena, también es brillante. Sin embargo el futuro que tienen los Elois por delante es muy ecológico. Viven en cápsulas colgadas en la montaña como aquellos escaladores de los ochenta que pernoctaban en El Capitán en el parque nacional del Yosemite. También tienen veletas aunque no se sabe si muelen trigo o qué. Y son muy cobardones, cuando vienen los Morlocks no se defienden y tampoco se enfrentan a ellos. Son pasto fácil de la raza superior que vive en cuevas y que además es dominada por la mente malvada, perversa y criminal del morlock interpretado por Jeremy Irons.

Aunque el rollo victoriano, que le da un aire steampunk a la versión con Rod Taylor, está presente en la máquina del tiempo, no hay más que ver la silla de barbero que utiliza Alexander para visualizar el paso del tiempo desde el lugar privilegiado, sin embargo la ambientación en los Estados Unidos de América no le sienta tan bien como el Londres que sucumbía sin remedio en los bombardeos de Hitler y en el cataclismo nuclear posterior.

Aquí hay viajes espaciales a la Luna que se convierten en una pesadilla para los habitantes de la Tierra cuando los experimentos humanos destruyen nuestro querido satélite. Y Guy Pearce, como Alexander, tendrá que buscar un futuro en el que el cataclismo planetario haya dejado paso a una nueva civilización. Se va al año 800.000 después de Cristo. De todos los futuros posibles que nos han presentado en muchas películas de los años ochenta, y que ya hemos pasado ¡sin coches voladores!, se puede asegurar que a éste no vamos a llegar.

El Alexander de Guy Pearce era un matemático convencido de que la ciencia le ayudaría a progresar. Conforme avanza la película el científico deja paso al héroe romántico y valiente en el que crece el amor. Y así se enfrenta con nuevas energías a la civilización de los morlocks que son horribles, malvados y caníbales.

El vestuario en el siglo XIX en los Estados Unidos es excelente. Además de los bombines, que sirven para que el personaje de Guy Pearce se burle de la sociedad ¡quién le iba a decir cómo iban a evolucionar los de los bombines!, las ropas que muestran los actores son densas e intensas. Parece que pesan y son consistentes, me recuerdan al abrigo de lana de mi abuelo que se sostenía sólo en el suelo cuando lo sacabas del armario.

Y no tiene mucho más La máquina del tiempo. Como siempre, queriendo contar tantas cosas, al espectador nos distrae y nos echa de la película, se puede echar un cabezazo, especialmente con ese mundo ecosostenible lleno de personas que viven entre pájaros y flores y a los que todavía les queda mucho para evolucionar. Y seguro que lo consiguen porque Guy Pearce, y su nuevo Alexander, les va a ofrecer una guía para convertirse en una civilización de referencia.

Más información | imdb

En Elepés y Pelis | El tiempo en sus manos

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