En el año 1968 a Terence Stamp le invitaron a viajar a Italia para trabajar con Federico Fellini y Pier Paolo Pasolini. Lo contaba El Confidencial y explicaba, en el caso de la película Teorema, con Pasolini, que es la historia de una pequeña familia burguesa de Milán compuesta por los progenitores, un hijo y una hija y la sirviente. Y de repente, aparece un bello extraño, interpretado por Terence Stamp, que seduce a toda la familia y se marcha. Algo de esa experiencia tiene El jinete pálido, de Clint Eastwood, del año 1985. Aunque no sólo.
Y es que parece que Clint Eastwood quiere contar muchas historias en una película que debería ser más sencilla. Es posible que esta película fuera la que le sirvió a Clint Eastwood para convertirse en un magnífico director de cine, darse cuenta de que estaba contando mucho más que una historia de buenos y malos con un héroe que defiende a las víctimas y unos malvados que terminan perdiendo y sucumbiendo al empuje de los buenos. Y no es necesario contar más sino lo justo. Ahí está el talento que se aplica a cualquier artista, saber medir el contenido y equilibrar el arte servido para que los espectadores disfrutemos.
El personaje de el jinete pálido es imponente. Aparece de la nada. Enseguida entiende lo que pasa. Se pone del lado adecuado y a los enemigos, ahora también suyos, los combate con determinación. Después se marcha no sin haber dejado un rastro de satisfacción y de agradecimiento.
Aunque lo mejor es que consigue cambiar a los mineros. Su determinación es contagiosa y todos los mineros descubren que la unión es lo mejor para luchar contra el ambicioso dueño de la mayor mina. Aquí hay otra historia, la del bien, encarnado por el jinete pálido a lomos de su caballo, y la del mal, representado por el todopoderoso dueño del pueblo y alrededores que, como un ser oscuro y siniestro no duda en aliarse con los siete malvados pistoleros, con sus gabanes y liderados por el cadavérico, para luchar contra el bien.
El vestuario y la ambientación de la película tiene alguna marca de los años ochenta. Aunque con el paso del tiempo no se nota demasiado. Eran mucho peores las imágenes de los años setenta donde todo estaba condicionado independientemente del año que mostrara la película. En El jinete pálido, la fotografía, el vestuario y la ambientación en la montaña son estupendas y el tiempo le sienta bien.
Tampoco hay un lenguaje visual lento y el ritmo de El jinete pálido es el adecuado. Aquí Clint Eastwood ya estaba maduro y sabía lo que tenía que contar y cómo. No se pierde en detalles y va directo al grano.
La maldad está muy bien representada en los siete vaqueros, el líder y sus seis ayudantes. Son despiadados y no dudan en apretar el gatillo sin contemplaciones. Como el jinete pálido también vienen de no se sabe dónde y sólo el líder cadavérico le conoce, le respeta, le teme y le odia. Y al final sucumbe con la marca de la casa, el tiro entre los ojos. Mientras recoge el sombrero y se va.
El vestuario de Clint Eastwood es sencillo, cuando se baja del caballo luce el alzacuellos y cuando se sube a él se pone un gabán solapón que a todos nos quedaría hecho un adefesio y que a él le queda estupendamente.
El tiempo no pasa por el jinete pálido aunque no es tan consistente como las películas que ha ido haciendo Clint Eastwood después. No se puede dar ningún cabezazo y hasta el final, con esa emoción imposible de contener cuando se aleja después de hacer el milagro, se disfruta mucho la película.
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