Belmonte es un intento español, aunque también los franceses están por ahí, de realizar una película sobre el torero Juan Belmonte desde su niñez, a finales del siglo XIX hasta su muerte, suicidio, en el año 1962. El actor, y ahora también director, Achero Mañas interpreta a Belmonte en su juventud y madurez y el extraordinario Lautaro Murúa representa el final de sus días con una interpretación espectacular.
La película debería haber sido más ambiciosa en mostrar el toreo de Belmonte mientras toreaba por las plazas ¡110 corridas y 220 toros matados en un año! Lo que pasa es que es tan difícil, hay un exceso de planos cortos para no ver la cara del actor, no hay detalles de la lidia, no hay parafernalia torera. Por el contrario hay demasiado drama familiar, escarceos con mujeres y aventuras pandilleras que contribuyen a amplificar los excesos del actor con el personaje. La relación ¡y rivalidad! con Joselito el Gallo está poco trabajada y tenía un potencial para mostrar la admiración y respeto mutuo. Sin embargo el final de Belmonte es más película, el torero vive como mayoral y no añora sus años de triunfo. Sigue siendo un mujeriego empedernido, está mucho más sereno y posee una visión de la vida completa. Y aún así decide suicidarse. Lo que no hizo el toro lo hace una pistola.
Parece que el sonido es de estudio y no queda mal. Hasta se hace necesario para poder entender a los actores en la vocalización. Belmonte de mayor está muy bien retratado aunque la voz chirría. Tampoco hubiera doblado a Lautaro Murúa porque la voz honda, sosegada y tranquila acompaña la interpretación. La ambientación es fantástica con buen vestuario y personalidades de la época. Tira de planos cortos para meterse bien dentro de la faena, aunque no funciona del todo. Sí luce estupendamente la publicidad de Tabacalera con esos Farias que hacían felices las tardes de nuestros abuelos en las plazas de toros. No se muestra la miseria de la España de aquellos años, sin clase media y enormes desigualdades, aunque con mucha hambre, en positivo, y ganas de superación.
Hay un momento para el arte que queda muy desdibujado y confuso. Por la pantalla desfilan el escritor Valle-Inclán, el periodista Julio Camba ¡vivir y además escribirlo! o el escultor Sebastián Miranda con un siempre divertido Enrique San Francisco. Se quiere retratar con estos encuentros la ignorancia y barbarie de Belmonte ¡las maletas con libros! y no, me parece que estas personas con talento lo que querían eran relacionarse, sentirse vivos y compartir su arte. No tenían ningún complejo, ningún reparo en hacer las cosas como las hacían y disfrutaban, como decía Joselito el Gallo, cuando el público los ovacionaba, vitoreaba y disfrutaba de su arte. Y sigue siendo así: la gloria o el hule.
Jesús Bonilla se hace con un gran personaje en Belmonte. Está muy bien presentado y representa estupendamente la esencia del mundo del toro. Buscar en los campos, llenarse las botas de tierra, compartir pasiones con los mayorales y la gente del campo y encontrar a las figuras del toreo. Además formar parte de la cuadrilla y vivir las sensaciones delante y detrás del callejón. ¡Son peores las de detrás! Al final el personaje de Jesús Bonilla desaparece y se desdibuja aunque ¡se hace caballo! y Belmonte monta al caballo llamado Calderón.
El toreo en el cine no es lo mismo. Es un arte dentro de otro arte que es muy difícil de mostrar. La historia está entretenida aunque la forma de contarlo no es la más divertida y apasionante. La senectud de Belmonte si es atractiva y apetece buscar y leer ese libro que creó Manuel Chaves Nogales, su admirador que lo fue desde su infancia. El director de Belmonte es Juan Sebastián Bollaín que hace un trabajo auténtico y que tiene mucha capacidad para retratar el arte con escenas que funcionan muy bien convirtiendo el toreo en película y la película en toreo.
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