‘Saltburn’ o qué tipo de guiones nos esperan en el cine cuando manda el algoritmo

De repente todo lo que se oía y se veía pasar por redes sociales era Saltburn. Y en casa me comentaron que se había hecho famosa porque salía ¡un hombre desnudo! y porque se tiran a una tumba. Las últimas generaciones están ansiosas de que se les haga caso y precisamente de éso va Saltburn. Un joven prometedor accede a la Universidad de Oxford y se acerca a un compañero de clase encantador y aristocrático ¡y un vago redomado! que lo invita a la extensa finca de su familia para pasar un verano inolvidable.

El protagonista, interpretado por Barry Keoghan, quiere que le hagan caso y no para de inventarse historias para llamar la atención. Hasta ahí la película se podría entender, lo que pasa es que después entra el algoritmo para construir un guion que aburre al espectador ofreciendo caminos inesperados e innecesarios, haciendo que la película se desinfle y se convierta en un aburrido entretenimiento. Lo mejor es el final donde el protagonista, que buscaba atención, se convierte en un inquietante asesino y se queda, ¡es verdad lo de desnudo!, deambulando por Saltburn. Una película completamente prescindible que, sin embargo, marcará una tendencia, la de los guiones hechos por algoritmos en los que se mezclan contenidos atractivos y que, en conjunto, se convierten en una piltrafa.

La película sirve para marcar un punto de inflexión en la carrera de Jacob Elordi que pasa de ser actor infantil y juvenil a actor prometedor con escenas en las que tiene que interpretar. Quizá la mejor es cuando visita la casa de los padres de su amigo. Aquí el guion se hace fuerte y nos cuenta tonterías sin parar haciendo que la película vaya dando tumbos y acelerando por la pendiente.

Sobre el algoritmo y el guion nada mejor que ver con qué relacionan a la película los espectadores que la ven. Un refrito, malo, de historias sin pies ni cabeza que aburre y que te echa de la película en varias ocasiones. Unos dicen que es El talento de Mr. Ripley, aunque pronto vira en otra cosa, otros el Retorno a Brideshead, aunque no hay nada de la pasión contenida entre aquellos personajes de Jeremy Irons y Anthony Andrews y hasta el Teorema de Pier Paolo Pasolini que interpretó Terence Stamp durante un viaje a Italia donde le volvieron loco tanto este director como Federico Fellini.

Así que Saltburn es una pérdida de oportunidad de haber hecho algo más potente con el ambiente británico, con la familia desnortada, con los aperos de Enrique VIII y hasta con el laberinto por el que todos se mueven con naturalidad.

La película deja sin apenas protagonismo al personaje interpretado por Archie Madekwe que ya había hecho un trabajo estupendo en Gran Turismo. Aquí es un personaje muy retorcido, envidioso y clasista que odia al Oliver de Barry Keoghan y que quizá es el que menos cambia en toda la película, siempre supo lo que tenía que hacer aunque es Oliver el que cambia para hacer avanzar la historia y aburrir al espectador.

La película está dirigida, y el guion escrito, por Emerald Fennell que me huele a chamusquina bajo ese aura de ofrecernos contenidos originales, ambiciosos y diferentes. Llegará hasta donde le proponga el algoritmo.

No hay cabezazo posible porque o sigues viéndola o la dejas de ver ¡semen en la bañera! No es una película sencilla y los que se animan a verla es porque esperan que el guion les lleve por un camino y aguantan los bandazos. En mi caso la vi porque quería ver cómo evolucionaba el personaje de Oliver y cuántas inconsistencias eras capaz de identificar en la trama una vez vas superando escenas. Aún así me aburrí mucho. Para las generaciones amantes de que les hagan caso una munición que todavía les hará más inaguantables.

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