Tammy Faye junto a su marido Jim Bakker fueron capaces de romper el sistema, jaquearlo, y conseguir fama, poder y dinero. Quizá menos poder del que tenían otros que aparecen en la película, aunque sí fama y mucho dinero.
El problema de la película es que abre muchos frentes y no los deja explicados o resueltos. Porque Tammy Faye es una chica lista que descubre cómo se puede alcanzar la fama haciendo bien las cosas: comunicación, mensaje y mucha pasión. Y saber maquillarse y vestirse para estar guapa y elegante.
A Tammy Faye el dinero le llega fácil. Se encuentra, junto a su marido, cómo la televisión puede ser la palanca para llevar a Dios a los hogares. Y sobre esa base construyen su imperio. Aunque tampoco se llega nunca a conocer el monto económico que llegan a alcanzar. Sí parece que el canal de televisión llegó a veinte millones de espectadores en todo el mundo que no está nada mal si cada asistente hubiera donado 15 dólares al mes. Y probablemente esas audiencias les aseguraban anunciantes y que se le acercasen protagonistas como el Presidente Reagan.
La economía la dominan aunque nunca se termina de percibir dónde invierten, quizá sólo sabían gastar. El poder es lo más difícil de conseguir y aquí tropiezan, probablemente durante muchos años, con Jerry Falwell interpretado por Vincent D’Onofrio. En la mesa donde están los poderosos Tammy Faye sabe que tiene que hacer carrera y es la única mujer con fuerza y decisión para hacerlo. Es una escena interesante que no termina de explotar y que, con el paso del tiempo, se percibe que no consiguió el poder. Y que su marido probablemente no supo tampoco cómo hacerse con él.
Además sus métodos de comunicación, muy lejos de la fuerte tradición del personaje interpretado por Vincent D’Onofrio, hacen que todavía le resulte más difícil alcanzar el poder. Por qué Tammy percibe la vida de una forma diferente a la tradicional es una historia que tampoco se desarrolla en la película.
La fama sí la alcanzó Tammy Faye y para eso la escena final es la mejor muestra. En el final Tammy Faye decide asistir a un centro religioso a cantar y gracias a su capacidad, a su experiencia y a su talento consigue meterse a la audiencia en el bolsillo. Y también la sonrisilla que la reproduce Jessica Chastain varias veces y que no es aquella de Mozart que marcó a una generación.
Es una historia triste la de Tammy Faye. La película parece mostrar cómo una niña de repente decide que puede ser famosa a través de la relación entre Dios y los fieles y sobre esa idea construyó su vida. La relación con el marido es clave para consolidar su pasión y durante toda su vida se volcó en ello.
Tampoco se termina de desarrollar la historia de Rachel Grover, la madre de Tammy Faye interpretada por Cherry Jones. Es un personaje que parece que le marcó en su devenir artístico aunque mantuvo con ella una relación difícil durante toda su vida. La madre tenía verdadera fe y sentía que la hija engañaba en sus propuestas. O quizá no. No queda claro en la película.
Tammy Faye cuenta, sin detalles, el ascenso y el descenso a los infiernos de la pareja de telepredicadores, Tammy Faye y Jim Bakker. Él acaba en la cárcel aunque a pesar de no tener poder no creo que tuviese una mala estancia. Sí parece que los arruinaron y liquidaron todas las posesiones que acumularon, excepto el abrigo de visón de la madre.
En el final, Tammy Faye, interpretada por Jessica Chastain, que se llevó un merecido Oscar al menos por soportar la máscara y el maquillaje, levanta su dedo pulgar justo después de los créditos. Es como si nos quisiera atraer a su terreno aunque sabemos que lo que quiere es fama y dinero. Una película de cero cabezazos en la primera visualización y que evolucionará a película para sestear en el futuro.
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