Fernando Colomo se lució en La vida alegre en el año 1987. Es una de las películas más divertidas del cine español, se trata de una loca comedia que no para de principio a fin. Los actores están muy metidos en sus papeles y la historia es rápida y vigorosa.
Ana está interpretada por Verónica Forqué que se queda delante de la cámara diciendo sus frases y probablemente improvisando. La velocidad a la que actúa con su marido Antonio, interpretado por Antonio Resines, ¡pero Antonio!, es una de las claves de la película y muestra, con claridad, lo bien que tenía planeada toda la película Fernando Colomo. Y es que todos los personajes son extraordinarios y no sobra nada.
Miguel Rellán parece Harpo Marx, con rizos incluidos, en un local de gays. Massiel está estupenda como prostituta que mantiene a su marido y concienciada por la salud. Sus diálogos son acertados y la réplica que le ofrece Verónica Forqué esperando a que le salga el contenido es magnífico.
Ana Obregón hace su papel estupendamente. Contribuye al enredo de forma notable y representa a una mujer ambiciosa y valiente. La ayudande de Ana en la clínica de análisis de enfermedades venéreas es Cata, que está interpretada por Itziar Álvarez y que tiene un papel para hacer avanzar la historia: conservar la confidencialidad de los pacientes, ordenar las torundas y desaparecer para facilitar las confidencias.
Todos los papeles son magníficos, Guillermo Montesinos como Manolo, un gay generoso que da cobijo a todos los que lo necesitan, está extraordinario. Ofrece ritmo y se le entiende, todavía se rodaba con los actores vocalizando e interpretando con naturalidad. Su madre, un personaje entre la madre de Norman Bates y la niña de Poltergeist, es otro añadido que encaja estupendamente.
Verónica Forqué consiguió por este papel un Goya a la mejor actriz en 1988 aunque se los podrían haber llevado todos. Las interpretaciones son geniales.
Los personajes pintorescos pertenecen al pasado, Chus Lampreave, y su madre, interpretada por Rafaela Aparicio, representan el cotilleo, la vieja del visillo, las ganas de organizar la vida de los demás. En los años ochenta muchos españoles descubrieron que no tenían ganas de ser controlados y que les apetecía hacer muchas cosas a pesar de las enfermedades venéreas, del SIDA y hasta de ir en el coche sin el cinturón de seguridad. El siglo XXI arrancó con el control y no hemos parado, y, además, no hay películas, salvo las distópicas, que muestren las consecuencias del control social.
La escena del zapato entra y sale de Youtube. A ver cuánto dura esta vez. Sigue siendo una escena potente en la que nada es lo que parece y en la que Antonio Resines hace magia con su papel de político imbécil aunque disfrutando y viviendo lo que hace.
Desde Elepés y Pelis felicitamos a flixolé que por fin la incorporó al catálogo. Y no, no se puede dar ningún cabezazo en sus noventa minutos de duración. El final es gamberro y divertido aunque es lo que apetece, irse al Japón.
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