El actor Timothée Chalamet está espectacular en Dune, parte dos como Paul Atreides, un mesías, que lidera a los fremen, y que se convierte en la mayor amenaza del universo desarbolando al emperador y derrotando, una buena venganza, a los que destruyeron el reinado de su padre. En Dune, parte dos, que tendrá más fama que aquel Dune de David Lynch que recuerdo porque la estrenaron en un SIMO de la época en IFEMA y que murió de éxito con tanto espectador que estábamos allí.
En esta segunda parte, y no he leído la novela de Frank Herbert, aparece el duque Paul Atreides que se une a los Fremen y empieza a convertirse en Muad’Dib con el entusiasmo contagioso del Stilgar de Javier Bardem y con las reticencias de la Chani de Zendaya. A Javier Bardem su personaje se le va diluyendo y se convierte en una caricatura que se siente reconfortada por la llegada del mesías a pesar de ser un guerrero temible. Sin embargo la Chani de Zendaya va pasando del amor apasionado por Paul Atreides hacia el escepticismo y finalmente el odio hacia él mientras se convierte en un amado líder y sobre todo cuando se queda con la hija del emperador, una atractiva Princess Irulan con un vestuario magnífico a lo Paco Rabanne interpretada por Florence Pugh.

Los mejores personajes son los malvados. Todos sin excepción. Verlos en la pantalla es lo mejor y sabes que va a pasar algo horrible cuando aparecen en pantalla. Quizá el personaje más atractivo es Feyd-Rautha interpretado por Austin Butler que tiene mucho protagonismo y que siendo débil y enclenque sin embargo es feroz y despiadado. También me gusta Stellan Skarsgård como el Baron Harkonnen que vuela con la ayuda de un artefacto y que se sumerge en una bañera para sobrevivir y recobrar su salud a lo Arquímedes.

Muchas imágenes son hermosas. El ataque a lomos de los gusanos es épico. Las batallas son con muchos planos cortos y batallas específicas de Timothée o de Zendaya. Y en los grandes espacios se utilizan efectos digitales con pocos colores, el marrón de la arena del desierto y el gris de las equipaciones de los fremen. También los aterrizajes de las naves espaciales, desde esos globos aerostáticos tremendos, que aunque son espectaculares no se sabe muy bien para que sirven.

Las naves aéreas también, en modo como de libélula, también son muy atractivas. Los disparos, la desolación que generan con armas de enorme poder terrorífico. Y también los soldados que vuelan despacio. Las imágenes son hipnóticas.
Y el agua sacada de los cuerpos al morir y el repositorio eterno, en forma de líquido ¿a qué olerá esa gran masa acuosa?, que sedimenta bajo las montañas en el desierto. Es una escena tremenda. Y los ojos azules intensos y como marinos muy al estilo de los de Patsy Kensit que enamoraron a una generación.

Las imágenes de los fremen se han quedado un poco como de muyahidines. Son fundamentalistas, fanáticos y terriblemente manipulables siguiendo al mesías Paul Atreides.
No se da ningún cabezazo y la película avanza a buen ritmo en sus casi tres horas de metraje. Parece increíble que se sucedan las imágenes y con tan pocas escenas ¡y ninguna repetida de la primera! Sin embargo el impacto de las imágenes es tan extraordinario que el tiempo se pasa volando. Me ha encantado y me apetece ver la primera otra vez.
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