El cine Kinépolis Ciudad de la Imagen de Madrid sorteó unas entradas entre sus clientes habituales y tuve la suerte de ser uno de los agraciados que contribuyó a llenar el cine para asistir al preestreno de The Beekeeper. La película se disfruta de principio a fin con un Jason Statham convertido en apicultor y manejándose entre mieles, abejas y colmenas. Se lo sabe montar bien hasta que alguien, con unos métodos que parecen muy fáciles de replicar, agita la colmena en la que él vive y decide vengarse trepando por la cadena de mando hasta el personaje más alto.
Y ahí, ¡oh sorpresa! Una especie de Hillary con un hijo ambicioso, retorcido y que domina el uso de los algoritmos y que es el mayor oportunista y traidor dispuesto a todo para conseguir mantener y ampliar el patrimonio familiar. En medio hay un ex presidente de la CIA que no aguanta al niño millennial y que tiene que recurrir a sus contactos en las sombras para destruir al Beekeeper. Y aquí no sabe con quién se la está jugando. Jason Statham como Adam Clay es un ventilador con brazos y piernas y acaba con todos los enemigos de la colmena. Que son muchos y muy poderosos. ¡Lastima que la película sea ficción! Y sí, sales del cine con más adrenalina que al entrar, en plan, ¡te pego leche!
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Los diálogos de la película son escasamente sujeto, verbo y predicado y hay ocasiones en las que ni siquiera intervienen los tres elementos. La versión doblada es bastante simplona, supongo que en versión original Jason o Jeremy se lucirán más. Y es que lo que le gusta a Adam Clay es meterse en líos para empezar a sacar un repertorio de recursos, todos de violencia total, para acabar con enemigos que al principio no le buscan a él aunque al final ya es un todos contra el Beekeeper. Y hasta deja la puerta abierta para ser una saga.
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El proceso que sigue Adam Clay para ir consiguiendo sus propósitos es lo que mueve la película. Muchos personajes se quedan por el camino y otros llegan hasta el final. Adam Clay respeta a los miembros que forman parte de la colmena y a los díscolos los pone en la picota en un momento: puñetazos, patadas, cuchillos, pistolas y ametralladoras. Además del socorrido mechero con el que volar una gasolinera parece hasta fácil.
Aquí la destrucción y la aniquilación no tiene límites y excepto la casa del final todo acaba reducido a cenizas, escombros y reducción total. No se escatima en recursos violentos y sólo Jeremy Irons, con su personaje, es capaz de entender con quién se están enfrentando.
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No hay cabezazo posible aunque sí se nota que pasa el tiempo por Jason Statham. Sus coreografías y combinaciones de puños y patadas son muy violentas, están muy bien ejecutadas y hacen crecer la adrenalina aunque hay cambios de plano para ayudar a que respire el artista. Es una película muy entretenida para ver en el cine o un domingo por la tarde-noche en casa con un buen cuenco de palomitas y algo de miel.
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