Paolo Sorrentino vuelve a su ciudad natal, Nápoles, para contarnos una historia de amor y descubrimiento juvenil y adolescente. La película Fue la mano de Dios es su forma de hacerlo y nos presenta una Nápoles desde múltiples ángulos siendo, en mi opinión, el más mágico y alucinante el que se asoma al mar.
En la imagen siguiente se puede ver la felicidad del joven protagonista montado en la vespa y llevando en la grupa a sus padres. Padres que a pesar de la sonrisa conviven con sus miedos e inseguridades y ante las que el joven Fabietto Schisa permanece ajeno viviendo una vida sencilla de adolescente soñador.

Y qué sueño. De repente una llamada del banco indica que sí, que Maradona es jugador del Nápoles y a partir de ahí la mano de Dios y muchos más milagros se hacen realidad en la vida de Fabietto, interpretado con la cara de acelga de Filippo Scotti.
Fabietto, siempre le llaman así y nunca Fabio, vive feliz con las reuniones familiares, con el hermano que le descubre algunos aspectos de la vida juvenil, con las locuras de la tía y con los fines de semana rugientes con la pasión de Maradona. Es ajeno al cambio en su vida y también los espectadores somos ajenos al punto de inflexión en la película.
Hasta el momento en el que una mala combustión en la calefacción deja sin padres a los hermanos la vida de Fabietto discurre tranquila y sin sobresaltos. Es la definición de la felicidad que se vivió en occidente en los años ochenta. Muchas cosas construyéndose y muchos adolescentes dispuestos a disfrutarla y a divertirse con ellas. Hasta que llega la elección de qué hacer con el futuro.

Hay un personaje fascinante en la película que es muy divertido. Su primera aparición es pilotando una lancha rápida huyendo de la policía mientras hace contrabando de tabaco. Tiene en la cabeza una cinta de Napoles y es capaz de despistar a la policía, es un talento innato pilotando lanchas y un joven fuera de la vida cómoda y tranquila de Fabietto. En la segunda aparición coincide con Fabietto en el estadio napolitano disfrutando a Maradona. En la tercera aparición se van de fiesta por la noche incluyendo una escena sorprendente, patadas con chancletas y circular en moto por el pantalán del puerto a toda velocidad. Y además Sorrentino aprovecha para ofrecernos una imagen de sueño, o no. Se puede ver a Adnan Khashoggi paseando por Capri con la modelo Jill Dodd, habitual del ¡Hola! de la época. La defensa que hace Jill ante los dos jóvenes es sorprendente y sirve también para destacar la fragilidad de Fabiatto que vive una vida contemplativa y sin riesgos.
La cuarta aparición es trágica. El joven traficante ha sido finalmente capturado por la policía y cumple encierro en la cárcel pendiente de condena. Las sensaciones que transmite son las de indiferencia mientras vive la vida que quiere. Todo lo contrario a Fabiatto que vive presa del miedo y del bloqueo ante la muerte de sus padres y con la angustia de no saber a qué dedicarse.

Hay una escena final en la que vuelve el Sorrentino mágico e ilusionante. Es el diálogo con el director de cine Antonio Capuano que transcurre entre túneles junto al mar con la marea y el reflujo del agua. Es muy acuática Nápoles y Sorrentino disfruta con ello. Antonio Capuano le marca caminos a Fabiatto, lo que le faltó recibir de sus padres, y al final el joven decide abandonar Nápoles y huir a Roma, la capital de Italia. Lo que viene después creo que está en las películas de Sorrentino, mucho amor y felicidad y muchos sueños para evadirse de la realidad.
El bloque después de la muerte familiar se pierde entre qué camino debe tomar en la vida Fabiatto y por eso se acerca a ver a su tía ingresada en una institución mental, la vecina baronesa que le hace una propuesta en la que aparece un Sorrentino que resuelve con elegancia la situación del cepillado. Además de los estudios en el cine de Fabiatto que le hacen acercarse a un tipo de personas que desconoce totalmente y con las que no tiene nada en común.
Es una película que sigue mostrando a un Sorrentino con una fuerza visual magnífica y con una historia que crece al principio y que se desinfla en la segunda parte conforme Fabiatto se llena de miedos y temores. No hay momento para dar cabezazo y las imágenes familiares quizá sea de lo mejor de la película, esa abuela con el abrigo de pieles al sol o el novio de la tía, son imágenes que forman parte de la vida de Sorrentino y que mi generación también conoció en los años ochenta con imágenes similares.
Lo explica Sorrentino en un minidocumental relacionado con la película. Los adolescentes de los años ochenta éramos muchos, había muchos hijos en las familias y compartíamos muchos momentos familiares con nuestros padres, en casa junto a la televisión o con amigos junto a la televisión en la calle en eventos deportivos. Esa es la historia que retrata Sorrentino de forma magnífica y que resulta emocionante.
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