En el año 1967 el cine ya estaba muy maduro y aún así siempre hay artistas que son capaces de crear nuevos lenguajes y nuevas formas de hacer. Entre los pioneros de esta forma de llevar al cine más allá estaba el francés Jean-Pierre Melville que aprovechando su gusto por el cine negro americano decidió trasladar la historia a un París gris y plomizo.
Y lo hizo con un Alain Delon rocoso de mirada desafiante aunque huidizo bajo su sombrero y encogido en una gabardina gris que se difumina en un París con toda la paleta de grises. La paleta de grises es intensa también en días de lluvia, con coches pintados con colores tristes y con pocas personas, más huidizas todavía, ajenas al peligro.
Me encantan las películas que no tienen diálogos y que todo lo que pasa lo estás viendo en la pantalla y no te pierdes nada. Alain Delon es Jeff Costello un asesino a sueldo solitario y eficaz que se ve envuelto en una trama en la que todos le persiguen. Su preparación de la coartada es precisa e incluye amante fugaz y partidas de cartas bajo la lámpara con jugadores, sospechosos, habituales.
La película tiene su mcguffin porque ni sabes a quién ha matado Costello ni te importa. Lo que sí sabes es que la policía, con un comisario implacable, y los que le han contratado, no quieren dejar ningún cabo suelto.
Costello es un samurái y está al servicio del que le paga hasta que se tiene que rebelar contra su pagador. El sabueso comisario está interpretado por François Perier y no descansa moviendo y coordinando recursos. La escena de la persecución en el metro es magnífica y todos los agentes están implicados en capturar al samurái por túneles que también mantienen la paleta grisácea y metálica. También es estupenda la escena inicial preguntando a todos los testigos y moviéndose por la comisaría abriendo y cerrando puertas para conseguir sus propósitos.
Alain Delon interpreta a un asesino implacable aunque también sabe cómo tratar a las mujeres. Su amante es Nathalie Delon, que estaba casada con Alain Delon en la vida real, y también cae bajo sus encantos la enigmática pianista interpretada por Cathy Rosier que siempre me pareció una suerte de Joséphine Baker no sólo por la música sino también por sus dotes como espía. Y es que nunca queda claro qué busca la pianista porque si lo salva a él lo pone en disposición de la red de asesinos y si lo envía a la policía se destaparía la red de asesinos.
Al empezar la película el director incorpora una cita en francés que, traducida, sería algo así como:
La profunda soledad de un samurái sólo es comparable a la de un tigre en la jungla
El apartamento de Jeff Costello es una absoluta pocilga en la que todo cumple una misión. Se muestra al hombre solitario, implacable, analista y que, además, es capaz de aprovechar el nerviosismo de un pájaro para detectar cómo todo el mundo pasa por su casa. La casa junto a su ristra de llaves para poder acceder a cualquier vehículo así como su amistad con el mecánico que le actualiza las matrículas en un arrabal de París, permiten mostrar a un hombre solitario y disciplinado.
En España Le Samuraï se llamó El silencio de un hombre y no creo que sea un título claro. Es cierto que Alain Delon no habla demasiado aunque el valor de su trabajo es mantener la boca cerrada porque así tiene más valor. No se puede dar ningún cabezazo en esta película. Hay que estar muy atento al ritmo que imprime Alain Delon a Jeff Costello y a cómo opera en su soledad, como un tigre en la jungla.
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