No sé qué les pasa a los directores de cine de Estados Unidos con el sueño americano. Parece, viendo Revolutionary Road, que se alegran profundamente de que a los americanos les vaya mal en la vida y de que el triunfo, el trabajo y el sacrificio sean valores denostados. Y es que una joven pareja llena de sueños y oportunidades, ¡en un país avanzado!, con todo a su favor termina fracasando y hundiéndose de forma irremediable.
Además un loco, bien interpretado como todo lo que hace, por Michael Shannon, es el que les pone enfrente del espejo. Su personaje es un matemático sometido a electroshocks que, aún así, es capaz de analizar y de razonar y lee estupendamente a todas las personas que se le acercan. Aquí retrata la pesadilla de Frank, el personaje de Leonardo DiCaprio, sumido en un deseo de prosperar y mejorar ¡a quién le importa lo que fuera de joven! y la frustración de April, interpretada por Kate Winslet, que vive amargada por no haber alcanzado su sueño de ser actriz, su sueño de vivir en París y que no ejerce, nunca se le ve como tal, como madre con sus hijos. A él tampoco. Las escenas familiares brillan por su ausencia.

Los dos se enamoran cuando eran jóvenes, guapos, alegres, soñadores y con ilusión por ganarse la vida cumpliendo sus deseos. Se compran una casa en un barrio de Connecticut y empiezan a trabajar. Él, en una empresa de pequeños electrodomésticos, la Knox. El plano con todos los hombres saliendo del tren andando por la estación es impactante, sobre todo por la producción, decenas de hombres vestidos con traje, corbata y sombrero yendo a pasar el día a la oficina y con Frank en una posición destacada para que veamos cómo sufre con la llegada al trabajo.

Estamos a mediados de los años 50. El gestor comercial se abre camino por todo el país para distribuir productos y además llega la mecanización a las empresas ¡la informática! Así que la carrera de Frank tiene un futuro apasionante. Aunque sucumbe a los encantos de la secretaria cuando se siente fracasado en el trabajo y, quizá también, con su pareja, de repente el jefe de la empresa le ofrece ascensos y promociones ¡porque Frank tiene talento y se lo reconoce!
Y ahí la mujer se frustra porque quería irse a París y de repente no quiere que su marido triunfe y sea valorado en la empresa, ¡qué necesidad de enfrentarse a él! El plano de la situación es espectacular, un día de playa con los hijos y los vecinos y la April que se enfada porque antepone sus sueños e idealizaciones a una progresión de su marido que, además, él ofrece y comparte encantado con su mujer.

Los hijos desaparecen en toda la película y no es de creer que la vida familiar no sea un soporte de Frank y de April en, además, una casa encantadora con jardines y tamaños espectaculares.
La película funciona hasta que la April de Kate Winslet, que está muy bien retratada por su marido, el director de la película Sam Mendes, se ve frustrada por no poder ir a París y no apoyar a su marido en su nueva empresa. Además le es infiel, ¡los dos son infieles y no tienen justificación! y los dos lo hacen porque son incapaces de cumplir sus sueños.
A todos los socialdemócratas y a los envidiosos del éxito la película les encanta. Sin embargo, el tiempo la juzgará y el trabajo ¡que nos hace libres! volverá a ser un valor en algún momento futuro. Quizá ya lo sea en los Estados Unidos. A ver qué hace Sam Mendes próximamente.
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