Matar a un Ruiseñor es una obra maestra del cine de todos los tiempos. Tiene unos personajes perfectamente definidos, Atticus Finch, un abogado íntegro, mejor padre y amante de su comunidad, interpretado por Gregory Peck. Uno de esos papeles que te hacen inmortal. Sus hijos Jem y Scout de 6 y 12 años en la película, llenos de vida, con deseos de aprender y con sus temores infantiles que se desarrollan en un pueblo que salía de la gran depresión y en el que nunca pasaba nada.
La película está llena de escenas de gran valor y de puro cine. Es una película para disfrutar y descubrir emociones, valores y mucha humanidad. Tiene momentos espectaculares y hermosos como el que sucede al final del juicio donde el reverendo negro que ha estado asistiendo al juicio desde el graderío, como todo el resto de la comunidad negra, obliga a los hijos de Atticus a ponerse de pie. Los niños lo miran sin entender y él les dice “Pónganse de pie, niños, que está pasando su padre”.
El título de la película hace referencia a que matar a un ruiseñor es un pecado porque estos pájaros sólo cantan para hacernos felices, que no son pájaros que destrocen cosechas o hagan el mal a los humanos. Es una estupenda metáfora para muchas de las escenas que se desarrollan durante la película.
Es una obra maestra que está detenida en el tiempo y que se puede volver a ver siempre que se quiera. En un mundo casi sin valores a los que aferrarse el tiempo barrerá todo y cuando tengamos necesidad de recuperar se podrá acudir a ver Matar a un ruiseñor. Para los padres, sin duda, Atticus Finch representa lo que siempre queremos ser transmitiendo valores de amor, cariño, respeto y devoción por lo que hace con sus hijos y con sus vecinos.
El título en versión original es igual de potente: To Kill a Mockingbird, y está basado en la novela del mismo nombre de la autora Harper Lee, que también colaboró en el guión de la película. Es imposible dar ningún cabezazo.
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