Margaret Qualley y Demi Moore tienen que estar muy agradecidas a Coralie Fargeat, la directora, porque les ha hecho una película por la que serán recordadas una temporada. Las dos no tienen nada que ocultar, lo que exige el guion, y se vuelcan completamente con sus papeles. Las dos son la misma aunque la clave es la diferencia de edad y por lo tanto la ambición y la reacción ante la vida que se les abre, a una, y se le cierra, a otra. Demi Moore interpreta a la veterana Elisabeth que utiliza un abrigo amarillo en la soleada California para ocultar, primero sus miedos, y después los destrozos que la sustancia va dejando en su cuerpo.
La sustancia es un prodigio de utilización de un producto. Las instrucciones son todavía más simples que las de un producto de Apple y los efectos son demoledores en los usuarios. El lugar de recogida es una concesión a que la película dure más el tiempo aunque también sirve para lucir el abrigo amarillo y que Demi Moore nos regale muchos miedos. Los bailes televisivos son impactantes, de mayor y de joven. De mayor porque creo que Jane Fonda era más joven, tenía sus cuarenta cuando hacía aerobic, que el personaje de Demi Moore que ya ha pasado los cincuenta. A Demi Moore no le cuesta nada enseñar su cuerpo a estas alturas de la vida mientras que Margaret Qualley se muestra más contenida aunque en los bailes lo da todo. Y aborrece a su réplica de mayor, lo que es el origen del conflicto
El momento final de la película es un poco ridículo aunque es el riesgo de tener una sustancia en unas manos que no saben controlarla. Y es que la historia es muy entretenida. El miedo de la protagonista a ser rechazada le fuerza a probar. Cuando prueba la joven es más ambiciosa todavía que la viejuna y se lanza a mantenerse por encima de todas las cosas. Y entonces la guerra abierta se produce y las instrucciones de la sustancia son para cumplirse.
Los hombres en esta película, como en tantas otras de este siglo XXI que parece que quieren recuperar en veinte años más de cuatro mil años de historia, son absolutamente idiotas. El papel de Harvey, interpretado por Dennis Quaid, es tremendo. Es un histrión permanente además de un imbécil que proclama la audiencia por encima de todas las cosas, incluida la personalidad de los personajes que encumbra la televisión.
Escuché en alguna parte que la película es una mezcla entre David Cronenberg y Paul Verhoeven ¡el cine de los ochenta! y se puede decir que es así. Del primero la inquietante sustancia, los efectos que provoca, cómo se dispensa y se consume y cómo modifica los comportamientos más allá de lo físico. Y del segundo el disfrute visual lleno de sensualidad y algo más de las actrices protagonistas que no dudan en mostrarse completas y de dejarse seducir por la cámara, por la historia y por el escenario, ese baño con planos picados, luces magníficas y un espejo que muestra una realidad indeseable.
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