A Jane March, con un aspecto exótico, le hicieron un vestido perfecto para El Amante (The lover), la película del director Jean-Jacques Annaud de 1992. El vestido da un juego total. Es ligero, adecuado al calor y a la torridez que viven los amantes, es suave como la piel de los amantes rozándose en cada encuentro íntimo e intenso. Además está perfectamente recortado y adaptado a las curvas y a sus movimientos de la joven actriz, tenía 19 años cuando la rodó. También los zapatos a los que el director le dedica unos primeros planos al principio de la película son estupendos para retratar la de kilómetros que los lleva ya puestos. La escasez económica y la miseria que le rodea viviendo con su madre y sus dos hermanos uno de ellos un auténtico imbécil.
La historia familiar es escasa, toda la película se basa en los salvajes encuentros entre los dos amantes. El chino que no puede escapar de su tradición familiar, es 1920, y que al final tendrá que aceptar un matrimonio de conveniencia. Y ella que al final sucumbe a la demanda familiar, amor por dinero, pasión por billetes y cariño con recompensa para volver a Francia. Una historia muy intensa con una recreación espectacular. No creo que hubiese efectos digitales en 1992 y la ambientación es exquisita por parte de Jean-Jacques Annaud. Creo que la película impactó en 1992, hoy ya nada nos sorprende mientras nos vamos precipitando al abismo.
Aunque Jane March tenía 19 años aparente los de la adolescente de 15 años. El chino es un actor apuesto Tony Leung que se deja seducir desde el primer momento por la pasión que emana de ella en el barco con sus gestos, sus miradas, sus poses y su sombrero que la hace todavía más atractiva y deseable. Así está el chino que se derrite de amor mientras se fuma un cigarrillo pensando en lo que tiene que hacer para conquistar a tan excelente criatura.
La película tiene ritmo lento y se recrea en el curso del Mekong, en el coche señorial que les sirve para su primer encuentro de pasión, cómo se entrelazan las manos desde la primera escena es un retrato maravilloso de un amor inicial, de una llama que arde y que durará, sobre todo para él, toda la vida. Ella, que retrata a la escritora Marguerite Duras, recibe la llamada de él muchos años después, y escucha cómo él la ama todavía. Qué maravilla. Una tremenda historia de amor que sirve el director despacio, con elegancia, algunas escenas son increíbles de textura, de luz, de sabor y de belleza de los dos amantes enlazados en su amor.
La adolescente vive en la Indochina francesa, ¡la Francia colonial! con una familia arruinada que, no aparece demasiado en la película y que cuando lo hace distrae y mucho de la ardiente relación entre los dos amantes. El año y medio de pasión y fuego se acaba cuando él tiene que cumplir las órdenes familiares y casarse con su esposa ¡nunca se la llega a ver! por interés. La separación es dolorosa también para el espectador. Él paga los billetes de la familia para la Francia y nunca más volverían a verse aunque el fuego quedó para siempre.
Jean-Jacques Annaud hace un trabajo exquisito como director. Tiene las escenas en la cabeza y las reproduce con maestría con la cámara. El vestido de ella es el que le gustaría llevar a toda mujer que quiera mostrarse atractiva y sensual. La elegancia de él con el traje de hilo, el peinado, la clase, el vehículo. Todo está trabajado al milímetro y se disfruta mucho en la película.
La historia de Margerite Duras está narrada con voz en off de Jeanne Moreau y queda bien aunque ya sabes que lo que cuenta tiene principio y nudo y el desenlace es muy triste porque él se tiene que plegar a la condición familiar. La música es estupenda y la ambientación por esa Indochina francesa es tan brutal que te apetece darte una vuelta con un vestido ligero, con unos zapatos gastados y sudar a las orillas del Mekong mientras se vive un amor tórrido y apasionado.
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